Nota Editorial



En nuestra cultura empapada de celebridades, algunas veces olvidamos por qué personas - bueno, algunas personas - llegan a la fama en primer lugar. Nos dedicamos tanto en escrutinizar sus hábitos de reproducción, sus hábitos de comer, sus vestuarios, que sus talentos se ven eclipsados, casi como un pensamiento precendente.

Siempre me ha parecido extraño que mucha de la prensa que se le da a Mariah Carey es desperdiciado en dudar de sus selecciones creativas y vida personal, aún se hacen pocos comentarios sobre su poderoso rango de cinco octavas, que de seguro es uno de los más grandes instrumentos del pop de la década pasada.

Hace unos años atrás, yo estaba sentado al lado de Carey durante una pequeña cena en un restaurant del centro de la ciudad. Ya era tarde, la noche se calmaba, y su mirada estaba fija en el espacio, perdida en sus propios pensamientos. Yo estaba hablando con la persona que se encontraba a mi otro lado cuando ella comenzó a cantarse a sí misma, como bajo su propio aliento, casi en su subconsciente. Su pequeña canción cortó mi conversación. El escuchar esa voz, tan reconocida en las radios y en MTV, aún casi sin volumen y sin la orquesta presente, hizo que mi corazón se acelerara.

Este mes, Carey - quien sobrepasa a todas las vocalistas femenina, incluyendo Madonna, por más éxitos número uno - le da acceso al escritor Thomas Beller hacia sus siguientes grandes movidas: una nueva película y un nuevo álbum, los cuales prometen ser tanto una salida artística como un éxito en las listas.


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